martes, 14 de enero de 2014

El invisible genocidio camboyano





12/1/2014

Tuol Sleng (oficina S-21)-  Camboya.


El viaje se me hizo pesado en Camboya y el museo del genocidio de los jemeres rojos durante la dictadura de Pol Pot me terminó de partir el corazón.

En Montevideo las cosas no iban bien: mi abuelo había estado internado por problemas del corazón y uno de mis tres hijos perros se había escapado de casa no sé sabe cómo el 25 de diciembre,  mientras que otro estaba gravemente enfermo. No era un buen momento para visitar este museo, ex escuela que funcionó como cárcel y centro de tortura y donde se estima fueron asesinados más de 20 mil camboyanos, entre ellos muchos niños. 

Una de las celdas donde eran torturadas las víctimas bajo el régimen de Pol Pot.

Algunas de las herramientas de tortura y asesinato.


El lugar estuvo activo entre 1975 y 1979: las celdas, las fotos, los elementos de tortura, la ropa de las víctimas, sus cráneos y otros huesos son más que elocuentes.  Para colmo hice el recorrido sola,  porque Nicolás se me perdió de vista casi a la entrada del museo.

El genocidio camboyano resulta prácticamente desconocido para los americanos, los planes de educación (al menos el uruguayo) pasan por alto esta parte del mundo pero te llenan la cabeza de historia europea: revolución francesa, guerras mundiales, Hitler y Mussolini. Nunca mencionan ni siquiera al pasar al genocida camboyano Pol Pot bajo cuyo régimen fueron asesinados más de 3 millones de inocentes, entre hombres, mujeres y niños.  Su objetivo era terminar con la población de Camboya e iniciar un “año cero” en un intento de adiestramiento de la población.
Destruyó ciudades enteras, escuelas, hospitales, templos, todo. Para él la familia como institución era su principal enemiga y lo primero a aniquilar: la familias eran separadas y los niños arrancados de los brazos de sus madres. La población entera obligada al trabajo forzado. Este líder, calco de Hitler, pero con otros ideales basados en el comunismo, nació en el seno de una familia camboyana, se educó en un centro budista de donde fue expulsado por incapaz y luego se formó en Francia para posteriormente ejercer como maestro en su país natal con el final ya conocido al frente del partido comunista de los jemeres rojos.

Registro fotográfico de las víctimas antes de su asesinato.



Cuesta entrar en la mente siniestra de este hombre que vivió hasta pasados sus 80 años a pesar de los horrendos crímenes que comandó y que se cometieron en más de 300 campos de exterminio. Uno de ellos está ubicado a 15 kilómetros del centro de la capital Phnom Penh. El camino en tuc tuc es complicado, ya que la carretera es de tierra. El gentil chofer nos compró dos tapabocas, él se puso otro y entre la nube de polvo viajamos durante 20 minutos hasta Choeung Ek, la entrada vale 7 dólares por persona e incluye una grabación de audio con información sobre el recorrido y está la opción de escucharla en español. Créanme que es imposible no entrar en ambiente.

De camino al campo de exterminio camboyano.


 
Zapato de niña camboyana asesinada durante el genocidio.

Huesos de las víctimas de Pol Pot.


Hasta ese campo llegaron millones de camboyanos desconociendo lo que les iba a suceder, muchos incluso sonreían bajo la promesa de un nuevo hogar.
Allí trabajaban día y noche cosechando arroz y distintas hortalizas para luego ser asesinados tras confesar falsos delitos. La música alta era la clave para tapar el grito de las víctimas  y silenciar las atrocidades que allí se cometían, de ahí el popular nombre de este campo de exterminio: Killing Fields, título que luego fue película.

Las herramientas para matar eran caras, así que en muchos casos se usaba el filo tipo serrucho de las palmeras para cortarles el cuello a las víctimas, entre ellas ocho periodistas extranjeros que intentaban hacerle conocer al mundo la verdad sobre lo que pasaba en Camboya.
A los bebés se los asesinaba golpeándoles la cabeza contra un árbol, allí se encontraron restos de sesos cuando el campo fue descubierto. Hoy ese árbol está repleto de pulseras colgadas en el tronco, allí las dejaron quienes de alguna forma le ofrecen algo a las almas de las víctimas. Nicolás dejó una  especie de cuerda que llevaba en su muñeca a modo de pulsera. 



Caminando por el campo uno se puede topar con restos de huesos y ropas que cada tanto resurgen de la tierra, donde los cuerpos eran apilados en fosas comunes. 



Cientos de cráneos se exponen en un edificio construido en homenaje a los muertos, cada tanto expertos sacan los huesos para su debido tratamiento de mantenimiento y luego son vueltos a exponer. Me tocó toparme con la escena, tres hombres con túnicas blancas y guantes  de látex colocaban los cráneos en un canasto: lo hacían con sumo respeto ante mi cámara indiscreta. Luego de 19 paradas informativas el trago amargo había dejado de ser invisible para mí dejando una profunda huella tanto en mi cabeza como en mi corazón. 





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