Angkor Wat, Camboya. |
Las
ruinas de Angkor en Camboya me levantaron a las 4 y 30 de la mañana, las ansias
por conocer lo llevan a uno a realizar cosas impensadas.
Estaba
previsto que un tuc tuc nos pasara a buscar por el hotel para llevarnos a la
ciudad antigua a las 5 de la mañana. El objetivo era esperar el amanecer entre
lo que quedó del imperio Jemer. Aquí el tuc tuc no es como el de Tailandia, se
trata de un carro con dos ruedas tirado por una moto.
El
frío de la mañana me congeló, pero el trayecto fue agradable y con el viento de
frente. El ingreso al predio requiere el pago de un ticket de 20 dólares por
persona y la confección de una identificación, con foto incluida.
Aún
era de noche cuando el tuc tuc nos dejó en la puerta de Angkor Wat, el templo
más grande y mejor conservado de la antigua ciudad camboyana.
Al principio mi
principal preocupación eran los mosquitos, diversos blogs advertían sobre la
gran cantidad de insectos en esa zona y el peligro de contraer malaria, pues es
un lugar endémico. Embadurnados en insecticida Off y otro de origen natural a
base de citronella, una planta de olor muy fuerte que ahuyenta a los mosquitos,
dimos nuestros primeros pasos en el imponente templo cámaras en mano. La construcción religiosa más grande de todo
el mundo es la máxima expresión arquitectónica del imperio Jemer, que dominó hasta
1400 gran parte del sudeste asiático. Conocida como la maravilla de Asia
resulta un verdadero viaje al pasado. Nunca pensé encontrar allí cientos de
turistas de todo el mundo agolpados en torno a un pequeño lago intentando tomar
la mejor y típica fotografía del amanecer: cámaras de toda clase y decenas con
sus trípodes esperando el gran acontecimiento. La recorrida puede llevar
prácticamente toda la mañana y gran parte de la tarde, de acuerdo a las ganas
de caminar que tenga cada uno.
Decenas
de guías se ofrecen para orientar la recorrida con información y muchos son los
que aceptan la oferta. Resulta increíble pensar que este sitio permaneció oculto
para occidente hasta finales del siglo XIX, cuando un francés llamado Henry Mouhot
publicó acerca del templo en sus cuadernos de viaje. A partir de 1908 las
ruinas comenzaron a ser restauradas por los franceses y en 1995 Angkor Wat fue
declarado patrimonio de la humanidad por parte de la UNESCO.
Finalmente
el sol apareció por detrás del templo, que dejó de verse negro ante el ojo de las
cámaras para pasar a tener un color grisáceo. Al igual que con las pirámides de Egipto, uno
no puede imaginarse de qué forma los humanos pudieron haber levantado cientos
de años atrás esta clase de construcciones, no sólo por el uso de piedras
gigantes para conseguir la altura de los templos sino por los tallados de
figuras perfectas en casi todas las paredes: especies de indios con lanzas
luchando contra figuras de animales desconocidos para nosotros.
A medida que
uno se adentra en las ruinas se encuentra con construcciones cada vez más
elevadas, el lugar aún en reconstrucción cuenta con escaleras de madera para
que el turista pueda moverse por el lugar. Muchas de las estatuas de figuras
vinculadas al budismo aparecen decapitadas, supuesta huella de la invasión que terminó
destruyendo el imperio, que en cuyo esplendor reunió a un millón de habitantes.
Sobre
la decadencia del imperio que dominó Angkor hay varias teorías, pero la que más
peso tiene indica que fue justamente la invasión de una tribu china alrededor de
1400 la que dio paso a la huída de los últimos jemeres. Otra hipótesis habla de
un desastre medioambiental que dejó sin alimentos a los pobladores de la actual
maravilla camboyana.
En
el mismo predio pudimos desayunar, aunque los guarda parques sacan las mesas de
los puestos de comidas colocadas sobre el pasto para proteger el lugar. Luego de
un chocolante caliente con pan con manteca continuamos camino y un mono atrajo
nuestra atención por varios minutos. La selva que rodea al templo es el hogar
de cientos de monos que visitan las ruinas en busca de alimento. El animal
comía una naranja mientras posaba para las fotos que intentábamos sacarle. Resultaba
muy cómico, sobre todo cuando el mono se cansó y terminó dándole la espalda a
Nicolás como si estuviera cansado de los flashes.
El
tuc tuc nos estaba esperando junto a otros cientos de carros iguales que hacían
lo mismo, esperar a sus pasajeros. La cuestión era encontrar al nuestro, quien
nos había dicho que buscáramos el elefante pintado en la parte trasera de su
tuc tuc y eso hicimos, puesto que tratar de identificar al camboyano que lo
manejaba era una tarea casi imposible, es que ante nuestros ojos todos eran muy
parecidos. Dimos con el hombre, quien terminó encargándole el trabajo a otro
joven y con él nos fuimos resguardados del rayo del sol hacia otra de las construcciones
visitables, donde me topé cara a cara por primera vez en el viaje con un
elefante. El paseo arriba del animal costaba 15 dólares y no lo hice, pero al
menos pude verlos en acción caminar alrededor de las ruinas y fotografiarme con
ellos.
Ta
Prohm, popularmente conocido como el templo de Tomb Raider por ser locación de
la película, era nuestro último objetivo: allí las raíces de los enormes árboles
parecen tragarse las ruinas y apoderarse de esa forma del lugar.
Las imágenes
resultan impresionantes y no hay foto que no valga la pena. Es el único templo
de Angkor que no ha sido restaurado, lástima que mi cámara se quedó sin batería
a esa altura del camino y tuve que recurrir al teléfono celular, que por suerte
aún resistía el paso del tiempo. Entre la selva y el olor a orina de los
murciélagos terminó nuestro paseo por Angkor, que resultó más que un álbum
fotográfico una lección de historia lejana.
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