Llegamos
a la isla Ko Phi Phi Don desde Ko Lanta en un barco de popa larga después de
una hora y media de navegación. Sombras
de una jungla gigante se veían a lo lejos, eran las islas del mar Andamán. El viaje fue placentero, pero al rayo del sol
del mediodía.
Ferry en el que viajamos de isla en isla. |
A lo lejos Ko Phi Phi Don. |
A
penas bajamos del barco y pisamos Phi Phi nos cobraron un impuesto de 20 bahts por persona por la
limpieza del lugar. Después nos daríamos
cuenta que los turistas que vienen aquí son realmente sucios.
Un
joven tailandés nos esperaba en el puerto con un cartel que llevaba inscripto
el nombre de las cabañas que habíamos alquilado por Internet. Colocó nuestro
equipaje en un carro tirado a mano y caminamos hasta llegar al lugar
reservado. Aquí no hay autos ni motos.
La isla se recorre toda caminando o en bici, que más bien es usada por los
locales, quienes se abren paso entre la multitud tocando una leve bocina.
La
cabaña nos esperaba, de bambú y colchón de dos plazas en el suelo. Me causó
mucha risa el diseño de las sábanas, dos tailandeses recién casados y corazones
por doquier. Me sentí en una casita de
niñas. Muy lejos había quedado el lujo
de Ko Lanta y su enorme establecimiento hotelero, apenas tenemos inodoro y sin
cisterna. Los mosquitos comenzaron a
picarnos enseguida, aquí sí que no perdonaban a nadie.
La cabaña de la muerte en Ko Phi Phi. |
Ko
Phi Phi es una isla fiestera donde la música casi nunca para, sobre todo
electrónica en los bares que dan a la costa.
A
pesar de que la mayoría de la población practica el budismo y otro 5% es
musulmana, la isla se prepara para
recibir Noche Buena a lo occidental y su tradición católica. La decoración es
acorde: arbolitos navideños, luces de colores, y fiestas organizadas para el
turista.
Fiesta en la playa Ko Phi Phi Don. |
Nosotros optamos por ir a comer una pizza al puerto. En la mesa de al
lado, una pareja comía un calamar gigante relleno de no sé qué cosa y al otro
lado, otra pareja comía una especie de mejillones a los cuales saboreaba
pasándolos de un lado a otro de la boca; brindaban con champaña. Nosotros
intentábamos comunicarnos con la familia a través del wi fi del restorán, que
no era para nada bueno en general en toda la isla.
Luego
caminamos hasta la playa, directo al lugar de donde partían los fuegos
artificiales. De lejos divisamos luces
psicodélicas y mucha gente bailando al ritmo de música a todo volumen. La fiesta era un descontrol y los fuegos
artificiales explotaban sobre nuestras cabezas en un cielo totalmente
despejado. Próximo a la isla, un crucero era testigo del show.
Temí
por las condiciones ambientales del lugar tras el festejo: el mar era usado
como inodoro por decenas de jóvenes que orinaban en la orilla del agua producto de tanta cerveza. Otro grupo de
extranjeros optó por desnudarse y lanzarse al mar ante la mirada pasmada de
cuatro policías turísticos que alumbraban con una linterna hacia el Andamán.
Sentados
en la orilla de Ko Phi Phi recibimos
Noche Buena con una cerveza Chang y el espectáculo ante nuestros ojos.
Foto captada por la noche en la isla Ko Phi Phi Don. |
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