21/12/2013
Arena por todo mi cuerpo, sol,
verde, agua turquesa y más caras pálidas que ojos rasgados. Al fin estaba en una de las islas más
populares del sur tailandés: Ko Lanta. Dieciocho horas de viaje desembocaron en
algo similar a lo que el sentido común puede asociar al paraíso.
Atarceder en isla del sur tailandés, Ko Lanta. |
Desde la caótica Bangkok nueve
horas en tren hasta una de las setenta y seis provincias de Tailandia, Surat Thani.
El viaje se me hizo eterno.
Asientos incómodos en el
interior de una licuadora lenta. Cero paisaje por la ventana, ya que era de noche y náuseas debido al
movimiento. Intenté dormir escuchando radios tailandesas desde mi celular,
quise que el idioma inentendible me inspirara para conciliar el sueño, pero ni
eso. Nicolás bebía una cerveza marca Chang que había comprado en Bangkok y así
durmió un rato. Al menos teníamos aire acondicionado, igual demasiado frío para
mi gusto.
Estación de trenes Hua Lamphong, Bangkok. |
Antes de subir al tren rumbo a Surat Thani. |
El tren en el que viajamos 9 horas desde Bangkok a Surat Thani. |
El personal del tren nos
repartió unas toallas para taparnos y una especie de pan de tortuga relleno de
banana, o al menos eso parecía. Teníamos previsto que un ómnibus nos esperara
al bajar del tren; en la agencia que compramos el pasaje nos dijeron que nos
teníamos que ir con una persona de remera verde: ésa era la única indicación y
temimos no encontrar a nadie que nos aguardara.
Antes de subir al tren no
habíamos cenado, a las 19 horas apenas un combo de Mc Donalds para recordar
occidente de lejos. Arriba del tren ya habían pasado 9 horas y mi cuerpo ya no
resistía el hambre a pesar de la tortuga de banana.
Con un leve mareo bajé del
tren y pisé el sur. En la estación varias personas de remera verde, el primero
que consultamos no era el indicado, la segunda sí. “Krabi”, se limitó a decir
la mujer y nos pegó una calcomanía en el brazo con el nombre del balneario al
igual que a otros 10 turistas que estaban en la misma que nosotros.
Compré una Coca- Cola en lata
y un paquete de papas Pringles y así creo me subió la presión que yo sentía por
el piso. Un ómnibus nos llevó a una agencia de viajes en una hora y allí
compramos el boleto a la isla. Una joven sudafricana comenzó a hablarme en
inglés mientras esperábamos el arribo de una camioneta con destino a Krabi.
Rubia, de ojos verdes y bastante despeinada como yo me preguntó hacia dónde
íbamos y ella me contó su itinerario. Le dije que era uruguaya y me dijo que su
madre había viajado a Perú. “El bolso”, recordé que no lo habíamos bajado del
bus. Miré hacia la calle y allí estaba junto a otras valijas tirado en la
vereda. Respiré hondo mientras seguía comiendo papas chips.
La camioneta iba repleta y el
aire apenas enfriaba, así que pensé que lo mejor era dormir antes de que me
viniera un ataque de nervios y quisiera volver a Montevideo. En tres horas
estaríamos en Krabi, después de otra camioneta que nos llevaría a la isla, dos
ferrys de por medio. El viaje iba a ser largo.
La vejiga me estaba por
explotar cuando intentamos decirle al conductor que necesitaba un baño, otra
joven filipina también se estaba orinando, pero el thai no paró. Nicolás me
ofreció una botella para hacer allí mismo, pero imaginé que no podría hacerlo
ante diez extraños, no por pudor, sino porque no iba a poder concentrarme y el
líquido no iba a salir. Preferí aguantar a pesar del dolor. Ni bien paró, corrí
al Toilette, que era al fondo y a la izquierda.
En una hora otra camioneta nos
vendría a buscar, en su lugar vino una mujer en un auto de alquiler que nos
llevó a su agencia y nos vendió más pasajes, además de cobrarnos 23 baht por
persona por el taxi.
También ofrecía hoteles, pero
por suerte ya los teníamos reservados. Así funciona el turismo aquí: agencias
por doquier, promotores que te quieren vender traslados, hoteles, tours, de
todo y uno que está cansado y deseando llegar después de tanto sacrificio
termina siempre comprándoles algo. Otra vez arriba de una van, esta vez tres
horas más hacia Ko Lanta, nuestro destino final y aún sin almorzar.
Vuelta va, vuelta viene
recogiendo turistas y después el viaje, en el cual iniciamos diálogo con dos
españolas que estaban igual de agotadas que nosotros. “Nada de aventura, ahora
derecho al hotel y un masaje thai”, decía una de las extranjeras que había
estado viviendo un año en Vietnam.
Creíamos no llegar más, pues
las horas se hicieron eternas y el thai que manejaba se puso a hacer mandados
antes de llevar a los pasajeros a los distintos hoteles. Por varios minutos
odié al conductor y a todos los tailandeses. Empecé a putear en español lo que
no está escrito, igual nadie me entendía, excepto nuestras cómplices españolas.
A una de ellas le terminé comiendo el arroz salteado que le había sobrado del
almuerzo. Con esa ingesta sobreviví hasta el hotel, ubicado a orillas del mar
Andamán.
Hotel Andamán Resort, isla Ko Lanta, Tailandia. |
Literalmente en un rincón muy
lejano del mundo, pero repleto de turistas, hoteles, servicios de todo tipo,
carreteras, hospitales, farmacias,
bancos, cajeros automáticos y todo lo que conforma una ciudad gigante.
Cuarenta kilómetros de isla.
Me sentí lejos, pero cerca. A miles de kilómetros de mi mundo, pero abrazada
por esta isla y su gente; en fin me sentí como en casa.
Uno de los tantos bares en la playa de Ko Lanta. |
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