18/12/2013
“Tuc tuc por 20 bath”, así nos
abordó el driver de esos vehículos coloridos e iluminados similares a un
triciclo en nuestro segundo día en Bangkok.
Fue a la salida del hotel y
luego de una larga negociación en inglés llegamos a un acuerdo, queríamos ir al
Monte Dorado, pero el joven thai nos mencionó otros templos y allí fuimos más
que nada porque nos ganó por cansancio.
El Monte Dorado es uno de los
tantos templos budistas que hay en Tailandia, en este caso ubicado en la cima de una colina artificial rodeada de muros. En
su interior yace una reliquia de buda, procedente de la India.
Me sorprendió lo barato que
nos estaba cobrando el tour ese driver tuc tuc: el primer wat no fue nada
deslumbrante, yo ni siquiera entré. Al salir, Nicolás me dijo que adentro sintió mucha paz.
Mientras esperaba afuera, una
pareja árabe me pidió que les tomara una foto y luego el hombre le sacó una a
la pareja conmigo, supongo que le debo haber parecido exótica o algo así.
Como dije queríamos ir al
Monte Dorado, ése era nuestro objetivo. Sin embargo, el tuc tuc driver nos
llevó a una agencia de viajes que presentó como oficial, en realidad luego nos
explicó un tailandés en un inglés muy fluido que los choferes engañan a los
turistas dejando de lado su itinerario para llevarlos a agencias y casas de
ropas asociadas a ellos y con cuya venta obtienen un porcentaje de
comisión.
Y así fue, en la agencia
averiguamos precios y dijimos que no.
“Only looking”, le respondimos
al driver tuc tuc cuando nos dijo que nos iba a llevar a una fábrica de ropa
donde hacían las prendas a medida y el joven thai bromeó con que allí podríamos
comprar el traje para el casamiento.
A la tienda entramos por
compromiso, el vendedor nos mostró de todo: camisas, chaquetas, pantalones,
cinturones de toda clase y para mí, varios kimonos de distintos diseños. A
Nicolás le gustó un cinturón, pero le pareció que le iba a dar poco uso y lo
desestimó. A mí los kimonos, especie de salto de cama de seda colorido, no me gustaron… ¿cuándo usarlos?, no me
imaginaba caminando por Montevideo con la réplica de lo que allá se usa para
dormir.
Obviamente no queríamos
comprar nada, así que cuando le dijimos que no, nos preguntó cuánto queríamos
pagar por el kimono, “nada” le dijimos y el hombre cambió su sonrisa por una
mueca de ofensa y bronca y enseguida se alejó. La travesía no quedó ahí.
El driver insistió con otra agencia
en la cual el vendedor nos terminó echando… así de una, váyanse y se levantó de
la silla en su escritorio. Pretendía vendernos paquetes de hoteles y
transportes hacia las islas del sur, pero cuando le dijimos que ya teníamos
todo reservado, dejó el escarbadiente que estaba usando delante nuestro, y con
un ademán de “largo de aquí”, puso fin al diálogo.
La sonrisa de los tailandeses
se termina cuando se dan cuenta de que no pueden obtener dinero a cambio.
En fin, llegamos al Monte
Dorado, una larga escalinata hacia la mejor vista de la ciudad en 360 grados.
En la cima, un buda reclinado en miniatura es el objetivo de los budistas que
llegan hasta allí a encender inciensos y meditar. Nosotros no meditamos, pero
el aire, el sonido a campanas y pájaros y la vista panorámica nos permitió
relajarnos. Estábamos donde seguramente nunca más íbamos a estar.
Me encantó!
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